La fortuna de Finch by Mazo de la Roche

La fortuna de Finch by Mazo de la Roche

autor:Mazo de la Roche
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788419553874
editor: Siruela
publicado: 2023-02-26T20:28:48+00:00


XIV

Eden y Finch

Nunca parecieron las estrellas colgar tan bajas del firmamento como aquella noche. Los dibujos que formaban relucían con un fulgor ardiente. Cuando la luna llena se encaramó, límpida, sobre las colinas, parecía demasiado grande para la tierra que yacía a sus pies, inundada por su luz. La tierra menguaba bajo ese resplandor como un cáliz verde que se fuera llenando con la espuma de una cascada. Los campos contiguos al páramo parecían casi blancos y, en contraste con ellos, el intrincado dibujo de setos y matorrales se veía negro como el ébano. El silencio era tan profundo que Finch, de pie en la explanada bañada por el relente, podía oír el murmullo del arroyo más allá de la huerta y los movimientos de los pájaros adormilados en las ramas.

Más abajo podía distinguir la torre de la iglesia, que se destacaba entre los árboles, y las casitas del pueblo agrupadas a su alrededor. Allí, en la del pobre Ralph, estaba su madre. Se oyeron los cuatro cuartos y, más despacio, once campanadas que salían de la torre. Pronto quedaron sumidos en la oscuridad los rectángulos amarillentos de las ventanas del salón.

Por el parque se veía una figura blanca que avanzaba hacia él. Era Eden. Desde que se fue la señora Court, había entrado varias veces en la casa, pero Augusta no le había propuesto que llevase a Minny. Temía que, si Eden lograba meter a Minny en casa, los dos se instalarían en ella en calidad de invitados. Eden había dicho más de una vez que estaba harto de los ensayos culinarios de Minny.

Por una parte, Augusta entendía que era su deber prohibirles la entrada para obligarlos a casarse. Por otra, le daba miedo asumir la responsabilidad de empujar a Eden a una unión permanente para la que parecía del todo incapacitado debido a su temperamento. Cada vez que Eden se acercaba a ella, le rodeaba el talle alargado y hundido y le decía:

—Mi querida tía, tú eres la única que me entiende.

—¿Y qué me dices de Minny? —le había preguntado una vez Augusta con cierta severidad.

—Minny no es una intelectual —contestó Eden—. Es una mujer muy natural. No le hace falta entender a nadie. Tú eres, al propio tiempo, intelectual y natural.

Su tía lo miró vacilante, pero era difícil resistirse a él.

Al llegar a la altura de Finch, le preguntó:

—¿Por qué tienes ese aspecto tan trágico, hermano?

—Lo raro sería que no lo tuviera.

—¿Lo dices por el chico que se ha suicidado? ¿Por qué tienes que tomártelo como algo tan trágico? Casi hay que tenerle envidia. Él está ahora mucho mejor que nosotros. No volverá a cansarse jamás. No se le caerá el pelo ni le saldrán canas ni se le agotará la savia de los huesos. No verá a su novia convertirse en una bruja, ni en una arpía, ni a sus hijos descarriarse por el mal camino. Ahora es tan brillante y sereno como una de esas estrellas que se ven allá arriba. Vamos a elegir una estrella y le daremos el nombre de Ralph Hart.



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